En el corazón del concejo de Tineo, Asturias, se encuentra Soto de la Barca, un pueblo que alguna vez rebosó de vida y prosperidad. Hoy, sin embargo, sus calles silenciosas y edificios vacíos cuentan una historia diferente, una de declive y promesas incumplidas.

Hace apenas unos años, Soto de la Barca era el hogar de cientos de trabajadores de la central térmica del Narcea, un gigante industrial que alimentaba no solo la red eléctrica, sino también la economía local. La central, que comenzó su operación comercial en 1965, fue durante décadas el motor económico de la región. Sin embargo, en diciembre de 2018, Naturgy solicitó el cierre definitivo de la planta, marcando el inicio del fin para esta comunidad.

Hoy, la otrora imponente central se encuentra en un avanzado estado de demolición. Las grúas y excavadoras trabajan incansablemente, desmantelando lo que alguna vez fue el corazón palpitante de Soto de la Barca. Se espera que el proceso de desmantelamiento concluya en el primer trimestre de 2025, borrando definitivamente el último vestigio físico de la era industrial del pueblo.
El cierre de la central no solo significó la pérdida de cientos de empleos directos, sino que también provocó un efecto dominó en la economía local. Comercios, escuelas y servicios que dependían de la población trabajadora han ido cerrando sus puertas uno tras otro. El otrora bullicioso poblado de trabajadores, ahora cedido al ayuntamiento, se ha convertido en un recordatorio silencioso de tiempos mejores.

Las autoridades y empresas involucradas han hecho promesas de reconversión y nuevos proyectos. Se habla de un futuro polígono industrial en los terrenos de la antigua central, de una planta de tratamiento de residuos ganaderos, e incluso de un proyecto de vivienda colaborativa en el antiguo poblado de trabajadores. Sin embargo, para los habitantes de Soto de la Barca, estas promesas suenan huecas frente a la realidad de un presente incierto.
El caso de Soto de la Barca no es único. Forma parte de una tendencia más amplia de declive en las zonas rurales y antiguas áreas industriales de Asturias. A pesar de los acuerdos firmados para una "transición justa", la realidad en el terreno habla de proyectos que avanzan con lentitud, si es que avanzan.

Mientras tanto, el pueblo espera. Los niños que alguna vez soñaron con trabajar en la central ahora sueñan con mudarse a la ciudad. Los ancianos se aferran a los recuerdos de un pasado próspero. Y en medio de todo, Soto de la Barca se mantiene, congelado en el tiempo, esperando que algún día, quizás, los Reyes Magos vuelvan a pasar por sus calles, trayendo consigo la promesa de un nuevo amanecer.